
Tomo un trozo de pan y tomo conciencia de vivir en el paraíso de los milagros. Reflexionar cuánta energía, conciencia, poder y simpleza hay en los milagros cotidianos. Abrir el grifo de la bañera y asombrarse por cuánto esfuerzo hay para que salga agua caliente. Saber que el pan que comes es producto de manos esforzadas que cosecharon el trigo, otras lo molieron, un molino -inventos y perfeccionamientos de siglos y siglos- permite que llegue al panadero, para que este pueda con sus manos, sus sueños y esperanzas, hacer el pan que hoy le pones mermelada de fresa.
En silencio, en una breve oración matinal, me asombro por la cantidad de milagros que presencio cada día y que son imperceptibles porque hemos perdido esa capacidad de asombro y de ver milagros: los zapatos que me pongo, la computadora que uso, los alimentos, la ropa, en fin… en cada elemento ha participado esa chispa, esa fuerza, ese poder llamado milagro, pues no eres capaz de visualizar todos los procesos que han intervenido para que en tu amanecer aparezca el milagro de estar bien, digno y confortable para hacer tu trabajo.
Bendecidas manos que fabricaron mi ropa, agradecidas manos que cosecharon el grano de café, infinitos sentimientos por los miles que participaron en la fabricación de cada máquina, de cada cosa que llamamos tecnología, por todo lo que nos rodea.
Agradezco a esa fuerza, a esa chispa a ese milagro que me revela que tengo todo y no necesito mas. Tengo todo, tengo todos los milagros que necesito para sentirme completamente contento y satisfecho para ahora cumplir con mi parte, y ser parte de un engranaje de milagros que nos vamos haciendo unos a otros.
Dejo de mirar lo que me falta, dejo de sentir que “nada es suficiente», y coloco mi mirada en la dicha de sentirme en el paraíso, pues estamos aquí, nunca nos hemos ido de él. Estar en completo estado de gratitud.