Se nos acabaron las palabras. Se nos acabaron las descripciones de cómo nos sentimos. Ningún lenguaje es suficiente para encontrar esas definiciones que nos vuelva la sensación de satisfechos del alma. Estamos buscando… en los sabios d ella era, en libros, en conferencistas, en maestros y charlatanes. Todos sirven, con tal hallar esa palabra que baste para sanarnos. Pero comenzamos a descubrir… ¿Alguien tiene claro lo que nos sucede?, y para tenerlo claro, ¿alguien puede describir con palabras nuestras sensaciones?.
Buscamos respuestas, pero más que respuestas, palabras como poemas que nos den esa sensación de sentirnos plenos. Esa descripción precisa de entender totalmente esa luz que guíe nuestro camino. Porque seguimos caminando como a ciegas.
Aparecemos los que acompañamos. El primer acto de Sanar es Acompañar. Acompañamos al moribundo. Acompañamos al dolido, al enfermo, al abandonado, al convaleciente. Y al acompañar, sentimos que nos acompañan. Somos tan buscadores como los buscadores de palabras, los buscadores de esa palabra que nos sana, de esa palabra que nos calme. Somos buscadores que no miran el camino, sino el paisaje, y allí encontramos que son tiempos de quietud. Como de espera, como de Serena Expectación.
¿Qué esperamos?. Esperamos una de las dos posibilidades. La primera, un nuevo lenguaje que nos permita comprender, entender, sentir y direccionar un Sentido de Vida. Esto significa encontrar la posibilidad de un texto o un signo que nos haga entrar en una nueva forma de comprensión. O lo segundo, aprender del antiguo lenguaje del silencio, el lenguaje de las emociones, el lenguaje de los delfines y ballenas que navegan en silencio y cantan en sus paradas. El lenguaje de los monjes budistas que caminan en silencio como dejando pasar los pasos para sentir el refugio interior en la puerta del siguiente monasterio. El lenguaje de los Ascetas que en su contemplación a la naturaleza se sentían conectados con Dios. El lenguaje de nuestro corazón, ese lenguaje que no habla con palabras, ese lenguaje que sólo siente.
Se nos acabaron las palabras. Aparece un nuevo idioma: es el lenguaje del silencio de la meditación y la oración profunda, el lenguaje que asoma sus primeras definiciones en la eterna quietud de este presente, y nos ofrece en la sensación del “gracias” una mirada a nuestro alrededor lleno de todo lo que necesitamos. Paramos de hablar para aprender a contemplar en eterna gratitud.