Aparece Sanat Kumara en mi altar. Se manifiesta a través de un rayo de sol que misteriosamente aparece, tal vez indicando un giro en el planeta, o como parte de la acelerada llegada de la primavera. Pero está para cuidarnos, que no falte nada, que seamos bendecidos, que seamos iluminados por el padre sol. Volvemos a sentirnos en compañía, pues en un pasado hemos quedado solos de nuestros padres terrenales, y ahora esta energía -lo masculino-femenino- nos fortalece y nos despierta.
Trae esa alegría esperada. Nos armonizamos, nos reconciliamos con nosotros y nuestras contradicciones, nos sentimos otra vez en equilibrio, preparados para caminar ante la confiada ceguera de la fe en lo eterno, en medio de divinidades que nos invitan a ser fuerza integradora de opuestos. Somos fuertes, y en nuestra propiedad, podemos con todo y con todos. Somos valientes por aceptar esta divinidad y agradecemos. Vamos caminando a un nuevo estado de conciencia, tal como lo hicimos en nuestras encarnaciones pasadas en el continente de nuestro origen, en la civilización que nos permitió ser sabios, en el clan donde dimos la palabra justa y sanadora.
Ahora aquí, en este presente, acepto el desafío de tener más conciencia sutil en todo lo que rodea, y me dejo conducir por la fuerza que me impulsa a ser ese que ofrece y que aporta, ese que está para servir, para dar de mi dolor transformado en lección, para ser el punto donde la sonrisa reúne el sentido universal del principio de la Madre y el Padre creador.