Siempre huimos. Y la huida se vuelve nuestro viaje. Huimos de lo que nos parece peligroso y nos dará refugio para sobrevivir.
También huimos de lo que es aburrido, de lo que es tedioso y de lo que nos agrede.
Vamos hacia lo desconocido, pero que promete paz, comprensión y abundancia. Vamos hacia nuestros sueños, los que nadie ha soñado y apostamos todo por ese lugar que hemos creído posible.
Pero a veces el huir se vuelve absurdo, cuando huimos de lo que nos parece desconocido y vamos hacia lo seguro, porque nos garantiza repetir lo que otros han realizado, a veces en forma exitosa, o a veces con mediocridad, pero conocido al fin. O vamos hacia lo obvio, lo predecible, lo común, porque sin ver la ilusión natural de nuestro corazón, preferimos ver lo que otros han visto para pertenecer y reconocernos en todos.
Huir hacia los sueños con valor, propiedad, valentía, temple y leve temor nos hace seres humanos que buscamos ese camino de retorno a la Tierra prometida. Es el destino de la humanidad encontrar el camino de retorno. No todos llegaremos, pero los que intentamos e intentarán seguir su propia locura, encontrarán nuevas rutas, continentes, planetas, moléculas, fórmulas, placeres y descubrimientos que, gracias a la ciega huida, llegarán a paraísos que deslumbran el corazón.
Los que huimos buscando algo desconocido, algo lleno de paz, gozo, alegría y plenitud para el cuerpo y el alma, sentimos ese latir en el corazón que nos impulsa a buscar sin garantía, pero saber que el intento nos llenó de pasión. Allá está eso que nos enamora totalmente. Acá está lo que se que ya no me da satisfacción.
De buscadores y revolucionarios se ha hecho la historia, de locos y soñadores se ha hecho la ciencia, de atrevidos se ha hecho la satisfacción, de decididos se ha hecho la felicidad. El resto, sólo ha sido testigo ajeno de lo que nunca comprenderá y seguirá buscando en lo conocido lo que no conoce. Así reconoces la diferencia entre los que hicieron la historia y los que la escribieron.
(Arcano 0 de La Corte de Tarocchi, diseñado y hecho a mano por Anna Maria D’Onofrio, Trieste, Italia. De mi colección privada, es un ejemplar número 170 de 400)