Definitivamente nos movemos por el sentir interno, y tenemos momentos de pereza y momentos de actividad. Y no es uno, sino muchos los factores que participan. Pero hay un aspecto de transición que es vital entender en estos tiempos algo místicos, algo decepcionantes también. La espiritualidad es una manera de ser y una manera de creer. No es una religión ni una devoción particular, sino una manera de detenerse a observar los detalles de lo asombroso para que te llenes de un nuevo entendimiento como si fuera la primera vez, y eso produce mucho placer.
Para que la vida espiritual tenga sentido, requerimos tres principios que llevamos todos: el primero, saber que somos conscientes de que tomamos decisiones en todo momento. Y que nuestras decisiones nos pertenecen y son parte de lo que generaremos como segundo principio espiritual: la voluntad de mover montañas, porque los milagros suceden cuando hay voluntad de creer en ellos y trabajar para ellos. Y el tercer principio es poder sostener una emocionalidad lo suficientemente agradable para que todo se pueda plasmar en la realidad.
El tesoro de poner en práctica la espiritualidad, sucede cuando tu querer, tu sentir y tu visión pueden ir más allá de tus creencias. Y no significa que despiertes al revolucionario que llevas dentro (a veces sí), sino que puedas preguntarte si todas las verdades que te contaron, si todas las advertencias que te hicieron, si todas las maneras de actuar y creer en ti para los demás, son coherentes con tu forma de querer impulsar tus transformaciones. No podemos crear cambios hacia el bienestar si creemos que el bienestar es como te lo enseñaron otros, tus ancestros y/o tus profesores. El bienestar es algo tan propio, es algo tan único en nuestro ser, que nadie te puede decir qué es el bienestar. Lo que te dirán entonces es el aspecto conveniente para el otro, ó te tratarán de inculcar su experiencia de bienestar, totalmente fuera de contexto y de tiempo. El bienestar pertenece a tus creencias y no a las del grupo a que perteneces o le brindas respeto. Por lo tanto, tenemos una primera condición para poner en práctica todo: el valor y el punto en que estés dispuesto a darle la espalda a esas creencias, sin sentirte traidor o desleal, sino tu mismo, con tal amor propio que tus decisiones te hagan dichoso a ti y que el asombro vuelva a tu vida para comprender que lo divino está presente en todo.
El tesoro de poner en práctica entonces, comienza con la decisión de girar hacia tu sentir y tu interés, más allá de la creencia fundamental que a veces puede mover tu vida. Y que esas creencias fundamentales parecen decretos o promesas indisolubles, que invitan a la repetición sin cuestionamiento. Podemos repetir y validar lo que consideramos bueno, pero lo bueno debe traerte bondades, y si no las trae, no hay medicamento, tratamiento ni chamán que pueda vencer tus creencias y verdades no exploradas.
Luego, la vida espiritual requiere ponerte en movimiento. Es decir, vencer la pereza y que todo acto de tu vida tenga sentido de vida. A veces trabajamos en lo que no nos parece o no nos llena, pero nos da la energía económica para mover nuestra vida a algo que no llene de sentido. El sentido de vida no es un oficio o una profesión necesariamente. Es un saber que cada día cultivas un deseo interior que no necesariamente se expresa en materialidad, sino en vivencias. El tesoro más grande que las personas guardan son las experiencias y las vivencias que nos llenan de asombro, y eso es una experiencia espiritual. Por lo tanto, tener un sentido en la vida hace que te muevas hacia eso: el deporte, la fe, la creación, la expresión, la ayuda, o cualquier actividad que llene de sentido eso que respiras con satisfacción.
Y finalmente, la vida espiritual, al ponerla en práctica, debe estar muy lejos del sufrir, la culpabilidad, la vergüenza, la victimización y el miedo. La práctica entonces te obliga a que tus conversaciones triviales e importantes sólo sean de las bondades y beneficios de tu presente y tus intereses, que tus actos hablen de lo bien que lo estás pasando, que tus desafíos te parezcan llenos de sentido, que tus dificultades sueñen con eso maravilloso que te espera en algún lugar, y que no es el fin, sino el comienzo de otra etapa.
La vida espiritual, y la práctica de todo el sentido de la vida, no debe tener como componente el sufrir, sino una mirada de bondad, de gozo y de armonía que te haga sentir que estás en el momento exacto para registrar este momento que te llena de asombro.
La vida espiritual a veces nos parece muy dura en los que se entregan a la vocación, abandonando la prosperidad, pero te invito a mirar la satisfacción y el gozo del vivir de esas personas, más allá de la conveniencia, más allá de la seguridad. La vida espiritual requiere de una emoción de optimismo y una emoción de motivación permanente que sólo la da el sentido amoroso.
Amar y ser amado en equilibrio es el tercer elemento sagrado para poder vibrar con la práctica de todo. Amar tu sentido de vida, amar a alguien, amar tus sueños, amar tu ser que se cuida y prepara para gozar. Y que no vengan a decirte los que te formaron o te quieren, que eso es una fantasía, porque no puede ser que tu seas la repetición de los fracasos de otros, no puede ser que repitas el no intento de ser feliz y no puede ser que padezcas dolores ajenos sólo por ser leal. Porque el verdadero peligro del alejamiento de la práctica espiritual es cuando te invade un sentimiento de pena el sentirte realizado frente a los que no lo son, como si prefirieras la soledad, la desgracia, el desamor, el encierro, a la maravillosa manera espiritual de vivir lo asombroso y divino en esta nueva era. Te mereces lo mejor y la vivencia más llena de alegría y gracia de la vida. Porque sólo tu, tu ser interior, ese que se asombra con vivencias y momentos, podrán conocer ese universo divino que habita en ti, y no en otra parte fuera de ti.