Los sueños de Ernest Tynge

Ernest Tynge

Fue hace años, en Valparaíso, donde divisé a Ernest Tynge, y fue como si mi vida se paralizara para esperar una gran emoción. Él es un tipo que me hizo recordar un sueño… el sueño de los sueños, el primer sueño que marca para siempre, y que ahora me lleva a revisar mis paisajes, como haciendo un balance, previniendo el futuro.
En el Sueño de sueños, me veo parado en el desierto. Un paisaje sublime, pues los desiertos me impresionan dejándome la sensación mas llena de vacío. Caminaba durante varios días sin encontrar un alma viva. Entonces ví en el horizonte una minúscula silueta parada en medio del camino. Llegué a su altura, era un niño. Un niño de aproximadamente siete años. Estaba allí, inmóvil, sus ojos fijos sobre mí. Él estaba allí desde el comienzo de la humanidad: él era la humanidad. Este sueño, contrariamente a los otros que había tenido, quedó grabado en mi memoria, dejando una curiosa impresión.
En los meses posteriores a este sueño, me crucé absolutamente por casualidad, en un pequeño pueblo cerca de Puerto Aysén, muy al sur de Chile, con un viajero del mundo llamado Ernest Tynge. Fue en un bar,  bebiendo un trago de vino, mientras esperas que pase la copiosa lluvia. Allí estaba sentado Ernest Tynge, con sus botas y su chaqueta de días sin cambiarse. Con su mirada de extranjero, y como ambos éramos extranjeros de ese pueblo, nos reconocimos. Entrada la conversación, le conté mi sueño. Ernest, reservado por lo general, me pareció repentinamente muy entusiasmado con lo que le narraba.
Ernest Tynge es «onirologista», es decir, recorre el mundo en busca de los sueños de las personas. Reunía estos testimonios con el fin de defender una teoría que -y no deja de tener sentido-, si juntas la mayor cantidad de sueños de las personas, es posible construir una gran narración del gran Sueño de la Humanidad. Estaba convencido que construiría las señales de la evolución de nuestra existencia y las del universo físico, ya que ésta seguiría un trayecto parecido a la de un individuo, guardando las proporciones del tiempo.
Entonces, ¿cuál sería la edad de la humanidad?-, le pregunté. -Siete años- me respondió seriamente en su español aprendido hacía poco. Allí comprendí por qué mi sueño le interesó tanto.
Para apoyar esta teoría, Ernest Tynge comenzó a citar una cantidad de acontecimientos concomitantes entre la evolución de la humanidad y la del individuo. Como conclusión, él estaba convencido de que nos encontrábamos al comienzo de una mutación ontológica, una mutación de sueños… un cambio para una conciencia superior… es como pensar que somos personajes de un sueño y confirmar que tal vez alguien nos está soñando, y a través de los sueños, tener un giro importante que marca nuestros cambios en esta existencia. Nuestras instancias físicas comenzaban apenas a establecer las paralelas entre ellas. El descubrimiento del inconsciente por parte de Freud era una. Por otro lado, la humanidad entró en una era de hipercomunicación sin precedentes. Hoy sabemos 250 veces mas de lo que podíamos enterarnos hace 20 años. Pero seguimos soñando de la misma manera, sólo que ahora las personas toman conciencia de lo que sueñan, porque sin saberlo, descubren allí que están las bases del gran cambio.
Al igual que este niño de siete años, estamos en un paso importante: entramos a la era de la razón, abandonando el animismo de la infancia para ingresar al modelo adulto. En los siglos que vienen, la humanidad dejará progresivamente una era de creencias ciegas y supersticiones infantiles para dirigirse hacia su adolescencia: la era de la constatación de la verdad y el despertar de un sueño, sueños de libertad y estabilidad, de abandono y desafíos. Contradictoria y mágica a la vez. Descubridora y conquistadora de su osadía. Desafiante y perturbada. Animada y desenfrenada.
Ciertas evidencias de esta teoría están contenidas en los sueños que -según Ernest Tynge-, transmiten mensajes genéricos. Entonces, él, reúne estos sueños con la minuciosidad de un botánico en un cuaderno lleno de anotaciones como un viajero que se aferra a su diario de viaje. Todos tenemos un cuaderno privado donde dejamos nuestras cositas escritas… y este cuaderno parecía el tesoro más hermoso que he visto. Con su tinta color verde, apuntaba los detalles de lo que narraba y repasaba páginas anteriores para hacer anotaciones varias como un navegante que consulta sus mapas, para prevenir la tormenta o contar los días para llegar a puerto en busca de abrigo y calor.
Fueron largas horas de conversar y de narraciones de sueños del mundo. La gente sueña, la gente tiene esas visiones que te dan esperanza, la gente sueña para saberse en otra historia, para reconocerse en otra narración personal y secreta, la gente sueña para emprender un camino de salvación en la tormenta o confirmar los momentos en que vives.
Todos soñamos y Ernest Tynge me lo recordaba. Los sueños son para coleccionarlos en ese cuaderno silencioso y que son la manera de llenar tu ruta, son la forma de decirte qué es lo que harás. Es la llave a la cerradura que abre la libertad florida de tu pecho, que libera ese aroma a flores que inundará tu almohada y humedecerá tu cuerpo en medio de la noche, para que sientas latir el aliento de tus sueños sobre tu erizada piel.
Lo mas impresionante de esta historia es que continúa sucediendo -al igual que los sueños-, el encuentro con Ernest en diferentes lugares. En el transcurso de los meses siguientes, lo volví a encontrar en la Plaza de Armas de Santiago. Años después, en Carrera 5 con la calle 71 de la ciudad de Bogotá. De allí lo divisé en Cuzco hace unos años… no sabes cómo saltó mi corazón. Luego lo abracé en la pequeña ciudad de Copacabana, en Bolivia, a orillas del Lago Titicaca. Y hace unas semanas en la ciudad de Lima, donde tuvimos un breve diálogo cuyo comienzo indicaba con su voz profunda: te confirmo, alguien nos está soñando, y vamos nadando en la onda de imágenes con la sensación de ser libres. Ya somos libres, y ya cambiamos hace unos años, ahora toca despertar para vivir el sueño del que nos sueña con mas conciencia, con mas paz, con mas confianza, con el saber que somos otros.

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