Florece mi orquídea… una nueva flor brotó hoy y otra en camino. ¿Flores naturales o de plástico?… me preguntan constantemente los que la miran con curiosidad. Es de verdad, digo con seguridad. Mi Orquídea está llena de amor e ilumina el centro de la sala como una guardiana que custodia los sentimientos de mi casa. Tomo un café, muelo el grano. ¿Sabor de verdad o sucedáneo?. Es de verdad. Prefiero la lenta elaboración llena de mística, historia y paciencia, que la instantaneidad efímera de momentos que no se recuerdan. ¿Pan de supermercado o pan de panadería?. Prefiero el pan hecho a mano. Hay una panadería muy cerca de mi casa, y te das cuenta cuando el panadero ha recibido buenas noticias. ¿Conversamos o chateamos?. La distancia a veces nos gana y no nos queda otra que el chat, pero últimamente he tomado café con grandes amistades en mi librería favorita. Conversaciones que tocan fronteras y llegan hasta la médula.
A veces, vivir en la ciudad nos hace plantearnos algunas elecciones. Las ciudades nos llevan a tener elementos que simulen la naturalidad: fotografías que simulan paisajes, flores de plásticos en las mesitas de restaurantes, velas-linternas que dan la impresión romántica de una conversación. Pareciera que nos hemos acostumbrado a relaciones y vivencias sintéticas.
Me he preguntado esto muchas veces si el hecho de vivir en mundos modernos y de plástico pareciera que nos ha acostumbrado a tolerar tanta plasticidad en nuestras apreciaciones. Me cuestiono si hemos llegado, incluso, a reemplazar la naturalidad de nuestras emociones en nombre del progreso: decimos lo que no queremos, afirmamos lo que negamos y proponemos lo que en realidad no estamos dispuesto: quiero ser tu amigo cuando en realidad quiero quedar bien por algún interés, o me excuso de estar muy ocupado cuando en realidad no prefiero un encuentro.
Nos hemos vuelto de plástico y yo no quiero eso. Prefiero la campiña llena de flores y sentimientos verdaderos a las fotografías que ambienten lugares. Prefiero el valor del breve tiempo que le dedico a conversaciones sagradas y profundas, que las risotadas por temas que realmente no le importan a nadie, llenas de bostezos y caritas de moda, porque realmente no me suman a mi sentido de vida. Y no me declaro resentido ni exigente, al contrario, sólo que en tiempos donde he decidido vivir con toda naturalidad y total honestidad, estoy prefiriendo el silencio a la música sin melodías y ritmos pegajosos que suelen colocar en ambientes públicos para dar la simulación de «ambiente» (y que todos lo encuentren tan natural).
Me revelo… basta a eso. He tenido en las últimas semanas tantos encuentros bellos, abrazos sinceros y conversaciones que llegan a la emoción, que, entre un jugo de frutas recién elaborado y una gaseosa, definitivamente prefiero la pasión y la honestidad de una gran compañía, la seriedad de una gran conversación y la honestidad de un gran silencio.