Un navegante se guía por señales y su vida, su trabajo y su mirada del mundo lo componen el conjunto de signos que recoge de los faros, el ritmo del mar, las estrellas, el vuelo de las aves y el viento entre muchos elementos que componen su visión. Pero hay muchos elementos que no son evidentes a la vista, están en los ojos del corazón.
Leer señales es mirar el presente desde un total sentido. Muchas veces hacemos y vivimos bajo una agenda que no nos da sentido de vida, y vamos sin preguntarnos cuál es el valor que nos aporta la siguiente actividad. Muchas veces me hago esa pregunta al espejo, y sigo encontrando sentidos a este presente. Aprendí a hacer sólo cosas que me den valor y que me den sentido.
Muchas vez sentí ese momento, esa señal, de saber que ya no estaba en este presente y era hora de hacer algo. Allí escuché a mi Maestro, que me hace sus preguntas profundas y me invita a amar el cambio, y a su vez, la decisión. ¿Te gusta como vives? -me preguntó mirándome a los ojos-. Luego de un silencio, me dice: aprende la diferencia entre «hacer» y «hacer sentido», aprende a vivir y hablar desde el correcto lugar donde estás instalado, pregúntate constantemente desde dónde haces o dices tu vida.
Leer señales es un acto que los navegantes aprenden en el silencio. Y respeto los silencios, porque creo que aprendemos en esos procesos a volver a estar en el lugar apropiado donde todo me vuelve a hacer sentido.
A los demás también le ocurren cosas similares, y aprendemos a respetar sus silencios, sus caminos, sus decisiones y sus destinos, porque lo hermoso que tiene el mar, lo hermoso que tiene la vida, es que no hay caminos trazados ni metas conocidas, sino que hay travesías dignas de ser vividas. No se cuál es mi meta, pero se que para conocerla debo llegar a mi.