En la cima de una montaña, hay un secreto hermoso que la humanidad debiera saber. En la cima de esa montaña vivían los Hombres Nube. Así se les llamaba porque vivían en un sitio tan alto que la neblina y la lluvia era parte de su aire. Vivían en casas circulares y concebían la vida como un fluir permanente. Entendieron que la vida era eterna, y sus ancestros compartían los espacios de los vivos, siempre integrándolos a su cotidianidad.
Los Hombres Nube aprendieron que la vida es un gozo y un regalo. Vivían para la contemplación del viento y contaban los días para buscar la cosecha del maíz. Creyeron en la magia del universo y que éste les daba todo lo necesario para vivir. Eran silenciosos y la música de los pájaros hacía la vida placentera.
Los Hombres Nube vivieron por mucho tiempo hasta que fueron olvidados por todo el resto. Así, desapercibidos por el resto, divisaron en el árbol más grande de la ciudadela una flor en su cima. Hicieron una fiesta, lo interpretaron como una señal divina. Se organizaron y los más jóvenes y risueños, los que más gozaban la vida, los que reían a cada instante y los que su mirada aún mostraba esa inocencia de sueños y cuentos, partieron a trepar el árbol sagrado para mirar esa flor y contarles al resto acerca de la belleza y el aroma de ese brote tan especial. Treparon y treparon, rama a rama, con esfuerzo y gracia, con diversión y compromiso. Fueron varias jornadas de avanzar y avanzar. Cuando próximos a la bella flor, a unos brazos de rozar la belleza y el aroma sagrado de ese regalo del universo, sorprendidos descubrieron que habían llegado a la Tierra.
Para los Hombres Nube, trepar a la cima del árbol sagrado es subir a la Tierra, en la que vivimos, pues el paraíso es este lugar donde la flor nos indica su señal.
Somos los ángeles que treparon tras un regalo. Vivimos en el sagrado lugar, y aún no hemos despertado de esta verdad, la verdad de los Hombres Nube.