Todos hemos sido víctimas alguna vez, bajo esa antigua creencia de que se ayuda al más débil. Y te llevó a decir muchas barbaridades de ti y de -supuestamente- quien te ha lastimado. Pero finalmente, la actitud de víctima termina teniendo víctimas que, con voz quejosa y melancólica, se cree que destruye a quien crees que te ha hecho daño. Pues no. La víctima se rodea de sus víctimas para vivir de ellas. No las supera ni las perdona, porque ha construido su sentido de vida en función de la mendicidad emocional, sintiendo que el amor sagrado está en quien lo ayudará mañana. La víctima quiere creer que será el centro de todo, será el beneficiario, será el protegido y el héroe del amor mártir para transformarse en el perdedor que ha ganado. La verdad es que se vuelve el ganador de melancolías ajenas en medio de la pérdida más absoluta.
La víctima triunfa cuando puede llegar al reflejo de la carencia del otro. Pero nadie puede vivir mirándose debilitado o en vulnerabilidad, por lo que la víctima logra la atención de quien se siente identificado, pero el reflejo no gusta en demasía, a excepción de otra víctima que practica natación en la derrota. La víctima muy poco y la necesitas para expurgar tus pasiones de derrota, pero llega un momento en que la actuación pierde importancia. Ya nadie quiere estar con los perdedores, sino que con los optimistas, los líderes, los sonrientes y los logrados espiritualmente. Pero la víctima perpetua insiste en su show intentando atención, y reclama deslealtad, frialdad y poca solidaridad cuando ya nadie le tiende la mano.
¿Hay algo más miserable que la pobreza? Sí, la victimización como mecanismo de atraer la propina, la solidaridad interesada y la alianza derrotada de causas totalmente sin valor. La pobreza tiene su fealdad en la pobreza espiritual, y no hay nada más horrendo que vivir rodeado de tus víctimas siendo la víctima de todo. La víctima ha olvidado la dignidad y no ha aprendido que el valor de sí mismo es lo único que puede superar sus maldiciones. Y puedes perder por miles de causas, y tienes el permiso a sentirte derrotado, estafado y traicionado. Pero no perder la dignidad de saberte posible de nuevos comienzos cuando las fuerzas vuelven a ti. Porque ayudar a quien se ayuda, estar con quien se supera y pertenecer al club de los que acumulan experiencias construye el libro del valor que aporta espiritualidad, voluntad, fe y vitalidad. Pero son actos que la víctima niega, mientras refunfuña en los rincones del abandono, que más bien parece un exilio para intentar otra vez crear la atención necesaria y fundar la organización contra las víctimas de la víctima.
Al ser parte de una organización de un gran creador, la naturaleza nos ha dotado de la capacidad de aprender equivocándonos, pero no nos ha enseñado a ser víctimas de un sistema. Eso lo aprendimos por una deducción de la mente derrotada, pues quien se queda en ese lugar de víctima, la naturaleza lo percibe como útil para servir de alimento a quien se superará, evolucionará y creará sistemas más sabios, más deslumbrantes y más complejos para ir tras la iluminación sublime de la conciencia eterna.
(Arcano menor Seis de espadas, de mi colección privada del Mazo de Tarot Medieval de Guido Zibordi Marchesi, Milan, Italia)