El sueño de mi viaje

sueño de niño

De niño he creído que venimos del futuro, de una civilización muy lejana que la pude imaginar y soñar desde el patio de mi casa. Imaginaba que el tiempo está al revés, es decir, venimos del futuro hacia el pasado, y por eso -me explicaba- sólo podemos recordar en una dirección, porque en verdad mirábamos la ruta de retorno. Me imaginaba que nos hicieron creer que nuestra vida es un viaje en sentido contrario, un viaje que nos parece incierto y a su vez desafiante. Sentir que ya has realizado todo y que sólo eres consciente de este hoy porque has olvidado el futuro, y sólo puedes ver la ruta a seguir del pasado. Creí esto en la niñez con tanta firmeza, porque la idea del Paraíso me parecía el punto de retorno en el futuro, algo que alguna vez debemos alcanzar. Entonces, desobedeciendo a una misión silenciosa en nuestra alma, decidimos ir en sentido contrario, sin cumplir nuestro propósito, y terminamos creyendo en eso llamado futuro.
¿Y cuál era ese propósito?. El patio de mi casa me dio la respuesta. Allá, miles de años adelante, nosotros mismos tenemos muchos conflictos que no supimos resolver en nuestro presente. Un día, inventamos una máquina para retroceder y venir a este momento, y aprender a vivir de otra manera, resolver las perturbaciones y temores, y reformular nuestras creencias en formas mas amables y pacíficas. De esa forma, cambiaríamos radicalmente la vida de nosotros por allá, en lo que llamamos Paraíso. Nos decimos desde el futuro… ¡Ay!, el dilema humano es confirmar que el universo es amable. Y cuando traes la lección aprendida desde el pasado, tratando de resolver tu futuro, comprendes que el esfuerzo no es la felicidad, el trabajo no es la vida, el otro no es quien te da paz, y que las cosas no están para atesorarlas, sino para disfrutarlas. Somos seres que llevamos tanto amor dentro, somos almas conscientes tan dichosas y divinas, somos tan felices desde la existencia, que con sólo reparar la dignidad de nuestra creencia aprendiendo de la abundancia y el bienestar, con sólo aprender a querernos a nosotros mismos para dar amor feliz que conocemos en demasía, y que con saber que estamos juntos para compartir sueños para traerlos a la tierra, bastaría para volver al futuro y confiar plenamente en todo lo que nos rodea.
Parece perturbador esta idea acuñada de niño, pero desde muy joven, decidí vivir mi vida como si fuera un viaje, un viaje al revés de todos. Mi viaje era un desafío tejido en un sueño que me dio tanta felicidad y tanta paz, que comencé a vivir una intensa relación con lo íntimo de mi sueño.
Aprendí a creer que el viaje de la vida es como una tormenta, porque no llega cuando estás preparado, llega cuando aparece, como cuando de pronto amanece o florecen los árboles. Y resulta inevitable, porque siempre estamos viajando, y para viajar sólo se necesita cruzar una frontera -a veces sólo la de tu barrio- porque el viaje sirve para volver.
Aprender a ver al vida así, es dar atención a los momentos y sus detalles, sus emociones y sentidos. Es aprender a vivir de otra forma, o engendrar la vida de otra manera. Así que emprendí el viaje con lo que creía y no con lo que tenía.
Lamento que mi pequeño viaje, de pronto insignificante, pero lleno de sentido (en el caso de que existan los pequeños viajes), haya cortado los momentos de otros con mis ausencias. Pero también he entendido que nada se detiene. En los regresos se continúa con lo cotidiano, con lo doméstico, pero no en donde lo dejamos, sino en el nuevo momento del encuentro. Y cuando volvamos a abrazarnos, en el sorpresivo amanecer de mi regreso, traeré las flores para poner en la mesa junto al pan y el café servidos, que ha quedado suspendidos a la espera de la anécdotas y las lecciones de cada viaje… de mi viaje y de tu viaje.

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