

Sólo el ritual tiene la delicadeza de hablar con nuestro interior. No lo hace con palabras, sino con símbolos, aquellos que tu le has dado en la vida: el monedero, esa medalla, aquel acto de maquillarse, esa sesión de baño que requiere de silencio y privacidad. Es tiempo de tomar conciencia que los rituales cotidianos están llenos de valor y que difícilmente queremos deshacernos de ellos. Y podemos ir más allá, al crear nuestros rituales para aumentar la capacidad de sentimiento y sensaciones que siempre dejan alguna conclusión, o al menos un sentir que tiene peso y valor.
Es tiempo para comenzar con los rituales. Permiten separar lo que ya no nos pertenece, y da la bienvenida a lo que llega para nosotros. Son las ceremonias las que se vuelven importantes como forma de expresión en nuestras vidas, porque contienen el simbolismo que nos explica el presente y la sensibilidad que nos calma cuando recibimos ideas y sensaciones intuitivas. Así, conectamos con lo más sensible que nos rodea y que nos quiere hablar… nos quiere guiar.
En tiempos donde falta una estructura sólida en todo orden de cosas, somos invitados a realizar rituales para bendecir la casa sensible de nuestro interior, la que necesita arreglos y fortificaciones, calma, abundancia y sentido de trascendencia. Y un ritual es un comienzo, y devuelve o crea la energía a los eventos que vivimos y a los objetos que nos acompañan, los que se volverán compañeros del tiempo, regalando su potencia de paz y solidez. Bendeciremos objetos para que se vuelvan mágicos. Nos darán fuerza. Nos darán visión.
Un ritual en oración o meditación permite construir en nuestro interior una visión muy honesta de nosotros y de lo que nos sucede, porque los ritos son la casa del tiempo y el espacio, y si bien el tiempo transcurre, quedan en nuestro corazón lugares y momentos sagrados fuera de todo calendario. Los bendecimos y agradecemos como importantes signos de amor.