Si te encuentras caminando por la promesa de una vida mejor, una vida espiritual o una vida llena de sensación divina, y este compromiso te pide ciertos votos de fe, como rezar o meditar, o participar, es una experiencia bella. Pero que toda esta realización y sensación que experimentas en medio de tu creer no te dé la ceguera de la luz.
La sombra nos da abrigo en medio del sol de verano. La sombra permite que distingamos los objetos. La sombra nos ofrece ese descanso por la noche. El exceso de luz nos encandila. No hay peor ceguera que la del fanatismo de la fe, la devoción absurda fuera de la razón, la participación ciega de creencias que limitan nuestro gozo por la vida, y la peor de todas, la que destruye al otro por pensar distinto, tanto de un lado como del otro. El ciego es el que busca luz, pero el ciego en la luz, no encuentra las fronteras, la base y el sosiego para sentirse en paz. Cree que su paz es esa sensación de temor y culpabilidad que lo alejan del servicio divino de la realidad, y cree que el opacar al otro en nombre de la calma, provoca tranquilidad en los ideales propios.
El consumo, las modas y las creencias de sociedad también son cegueras. Convertimos a personas de fácil hablar en referentes celestiales de caminos incandescentes. El exceso de luz no da paz ni abundancia, sólo brillo sobrante que no deja ver la sombra que marca el sendero del camino. La abundancia no es un estado mental ni un talismán geométrico, sino una actitud y sensación emocional que suele presentarse en los estados y manifestaciones de gozo.
La verdadera espiritualidad está donde se necesita tenacidad, decisión, claridad y sentimientos propios de plenitud interna. La verdadera espiritualidad sucede en el lugar más oscuro de tu corazón, allí donde un suspiro crea las riquezas más supremas, allí donde un latir en la más oscura de las cavernas del corazón crean los sueños que se vuelven los faros en nuestros planes. La verdadera espiritualidad no está en repetir letanías ni en aplicar métodos, sino en vivir en coherencia. ¿Esto se aprende en alguna parte?. Sí, se aprende en la creencia del amor incondicional de tus ancestros que te entregó lo mejor que pudo. Tal vez no era lo que tu esperabas, pero en esa honestidad de creer que tu serías un gran servidor y un gran protagonista de momentos de armonía, valió la pena cualquier gesto. En nuestra madurez, comprendemos la intención, y cada uno en sus errores y comprensiones, toma esa enseñanza y la transforma en el sentir propio, en el creer en su propia creación.
El creer y el crear en uno fabrica un hermosa fricción, tornasolada, algo brillante que, desde la inmensidad oscura de tu interior, ahora se ofrece en brillo, y no luz, para crear la sombra necesaria que señala el camino.
Deja de creer en los falsos soles que te encandilan con promesas de oros y diamantes que no son mas que piedras y cristales que no brillan en la oscuridad de tu ambición, sino que sólo se dejan ver en la luz de tu mirada. Comprenderás que el diamante muestra su pureza ante el brillo de tus ojos, y no ante los focos de las tiendas de moda. Y el oro no es la riqueza que nos sostiene, sino el verdadero brillo es el que tiene luz en su interior para alumbrar los sombríos y frescos caminos de sus proyectos, llenos de gozo y pasión.
La abundancia y la ambición, al igual que las espiritualidades de los fanatismos, ofrecen ese brillo que encandila. Busca sombras donde descanse tu luz, busca faros que te lleven a sueños mas reales. Elige la oscuridad para gritar el amor, y no el bullicio para lucir tus joyas.